La filosofía de
Descartes se conoce como racionalismo, teoría según la cual el entendimiento
humano construye los conocimientos
verdaderos a partir de principios evidentes e indudables ajenos a la
experiencia sensible. Además de Descartes siguieron esta filosofía Spinoza, Malebranche y Leibniz. Pero más allá
del racionalismo y del contenido concreto de su filosofía, Descartes sentó las bases de la
filosofía moderna al hacer del Sujeto,
la conciencia humana, el punto de referencia
para explicar la realidad y el
criterio para determinar la validez del conocimiento. De acuerdo con ello se
piensa que el objeto de nuestro conocimiento no es la realidad en sí, sino las
representaciones o ideas mentales de las
que podemos tener evidencia. Este planteamiento
se entiende como la teoría
representacional de la verdad, teoría que comparten el realismo crítico y
el idealismo.
Descartes parte de
la unidad de la razón y de la ciencia, según la que la razón es igual para
todos y consiste en la capacidad de llegar a la verdad por sí misma siguiendo
un procedimiento correcto. Esto permite la unidad de la ciencia, el hecho de
que todas las ciencias han de seguir el mismo procedimiento para ser objetivas
y verdaderas, cualquiera que sea el objeto del que traten.
La verdad de la ciencia y del conocimiento en
general depende pues del método, del conjunto de reglas y
procedimientos racionales que se
deben seguir. Todas las ciencias deben seguir en lo fundamental el mismo
método pues éste no tiene otro origen
que el proceder puro de la razón. Descartes fue especialmente crítico con la idea
tradicional según la que cada ciencia debía acomodarse en sus procedimientos al
tipo de objeto que trata de conocer, lo que para Descartes lleva a gran
confusión y a la ausencia de un criterio
sólido sobre la verdad.
Propone las
siguientes reglas del método:
a.-
Atenerse a la evidencia y certeza, no
admitir como verdadero sino aquello de lo que podamos tener completa certeza,
lo que comprendamos como evidente y de lo que no se puede dudar. Se trata de una duda metódica y no meramente psicológica: antes de establecer la
verdad de algo tenemos que ponerlo en duda, buscando un motivo posible de duda,
aunque desde el punto de vista de nuestra relación espontánea con la realidad
estemos convencidos de lo que ponemos en duda.
b.-
Analizar lo que hay que conocer descomponiendo las ideas complejas de lo
conocido en sus componentes o ideas simples para solucionarlo.
c.-
Llegar a una síntesis con las ideas
ya conocidas y analizadas, estableciendo un principio desde el que deducir los
datos conocidos y de esta manera explicarlos.
d.-Enumerar todos los datos significativos
de lo que se trata de conocer.
Las fuentes
principales del conocimiento humano son la intuición
y la deducción. La intuición es la
percepción intelectual inmediata y sin
apoyarse en otras ideas de las ideas y
principios que son evidentes por sí mismos y que no precisan de ninguna otra
idea para ser entendidos. La conciencia podrá estar cierta de estas ideas y
tenerlas por primeros principios para cualquier conocimiento posible. La
deducción es pasar a nuevas ideas a partir de las ya conocidas y llegar a
conclusiones con reglas seguras. Serán de acuerdo con lo anterior verdaderas y
evidentes las ideas claras y distintas. Son ideas claras las que podemos entender por sí
mismas sin confundirlas con otras. Son ideas distintas las que comprendemos todos sus componentes y la relación
entre los mismos. Las ideas claras son opuestas a las oscuras y las ideas distintas se oponen a las
confusas. Decimos que conocemos algo cuando la cuestión está “perfectamente
comprendida”, es decir cuando podemos establecer una razón o relación entre las
ideas conocidas desde la que deducir todos los datos que podemos tener. Descartes
toma a las matemáticas, especialmente la
geometría como la ciencia modélica por ser la que sigue más rigurosamente las
reglas del método.
¿Qué verdades
podemos tener con toda certeza para
organizar nuestro conocimiento y explicar la realidad, librándonos de paso del
peligro del escepticismo?. Descartes
propone aplicar las reglas del método y
especialmente la duda metódica.
Hay que descartar
primero las creencias, noticias y todo lo que creemos saber sin prueba alguna.
Luego el testimonio de los sentidos pues está demostrado que muchas veces éstos
se equivocan y producen contradicciones. Por otra parte nada asegura que estos
testimonios den cuenta de la realidad
externa pues además de mover muchas veces a confusión podrían provenir de sueños u extraños estados
mentales. En esto cabe también los datos sobre nuestro cuerpo y estados
somáticos. Tampoco son de fiar ni
siquiera las matemáticas pues
aunque sean aparentemente evidentes podría ser el caso que nuestra mente no
estuviera bien ordenada o estuviese diseñada por un genio maligno que nos
quiere engañar. Pero no podemos dudar de que mientras dudo, trato de
comprender, recuerdo, sueño o imagina, estoy pensando. Esto lo sé porque me
percibo a mi mismo pensando. Este conocimiento es absolutamente cierto y con
ello la consecuencia que se sigue: “pienso, luego existo”, pues ese pensamiento
es mío y si es mío yo tengo que existir.
La primera verdad es pues
“pienso, luego existo”, lo que conlleva admitir como parte de mi pensamiento las ideas en las que pienso. ¿Pero en
qué sentido “yo existo”?. Es decir, ¿qué soy yo?. Yo no soy sino aquello que
percibo (intuyo) con evidencia: soy alguien que piensa. El yo cartesiano
consiste en la conciencia, cuyo
ejercicio es ser consciente de sí y de los propios pensamientos, del acto de
pensar como tal. Pero no soy en este sentido mi cuerpo o mi mundo pues eso no
es para nada evidente.
De este
planteamiento surge la teoría representacional: el contenido de mi pensamiento
no es la realidad externa sino las ideas que yo tengo por representaciones.
Estas ideas pueden ser de tres tipos: adventicias,
pues parecen proceder de las cosas
externas, sin que necesariamente sea así; facticias,
las que formamos combinando ideas que ya tenemos; innatas que tenemos sin proceder de la experiencia y que son evidentes e indudables.
¿Pero acaso no
puedo estar seguro de que el mundo externo no existe y que de el provienen las
ideas que lo representan? La primera verdad sólo demuestra que yo existo, como
ser pensante, y conmigo mis ideas. Pero
si sólo fuera esto caería en el solipsismo que Descartes rechaza al contradecir
nuestro sentido natural de la realidad. Descartes admite que no se puede demostrar directamente
la existencia de la realidad externa, pues que mis representaciones y percepciones
provengan de la realidad externa es una
suposición sin demostrar. Descartes realiza una prueba indirecta: puesto que si
el mundo exterior no existe y mis percepciones no provienen del mismo, yo
estaría totalmente engañado en mi creencia elemental de que el mundo existe. Es
evidente que este engaño no puede surgir de mí, pero tampoco de Dios, en caso
de existir, pues ¿Cómo iba engañarme tan arteramente?. Sólo podría venir de un
genio maligno. Pero ¿cómo podría consentir Dios que me engañara de tal manera
al tener Dios poder para impedirlo?. Tenemos entonces que si Dios existe no
podemos estar engañados y el mundo
existe y es el origen de mis representaciones.
¿Pero como demostrar la existencia de Dios?.
Descartes emplea una argumentación a priori análoga al
argumento ontológico ya que como sólo
podemos dar por hecho que “yo existo”
junto con mis ideas, se ha de partir del contenido de las ideas de mi
mente. Sus diferentes pruebas se pueden resumir de la siguiente manera. Entre
las diferentes ideas que tengo aparece la idea de lo infinito, que
evidentemente no proviene de la experiencia, ni deriva de otras ideas o
propiedades finitas, pues de la suma de ideas finitas no puede surgir la idea
de lo infinito. La idea de lo infinito es pues innata. ¿De donde procede?,
¿Cuál es su causa?. Según Descartes todo tiene que tener una causa y esta ha de
ser adecuada a su efecto, es decir contener al menos tanta realidad como su
efecto. A este respecto maneja la distinción entre la realidad objetiva y la
realidad formal o actual de una idea. La realidad objetiva son las notas de sus
ideas, su significado; la realidad formal o actual es el ser real que esa idea
designa. Dice entonces que la causa de de una idea (realidad objetiva) ha de
tener realidad formal o actual. Esa
realidad sólo puedo ser yo (pues tengo realidad formal) o algo infinito real.
Yo no puedo ser, pues soy finito y carezco de la perfección que tiene la idea
de lo infinito. La causa de la idea de infinito (realidad objetiva) ha de tener
tanta perfección como esa idea y sólo puede ser lo infinito como tal, lo infinito en su
realidad formal. Como Dios es lo infinito, tenemos que Dios existe. Al
reformular el argumento ontológico Descartes sostiene que la idea del ser
perfecto ha de implicar su existencia pues de lo contrario no sería perfecto.
La segunda verdad cierta es pues que Dios existe y que nos ha dado la existencia. Pero
ello conlleva admitir su veracidad
junto a su omnipotencia. Dios no puede engañarnos o permitir que estuviésemos
engañados como si dependiéramos de un genio maligno. De ahí que podemos estar
seguros que el origen de nuestras ideas, no todas y cada una sino en general,
es la realidad exterior, el mundo material. Por tanto podemos afirmar una tercera verdad: que el mundo existe en
cuanto realidad externa y no sólo como contenido de mis ideas y percepciones.
El fantasma del solipsismo, de que
sólo yo existo, queda así conjurado.
¿Pero en que consiste la realidad?.
Hay tres ámbitos de la realidad, ámbitos que denomina sustancia.: yo, Dios y el mundo externo. Sustancia según Descartes es
aquello que existe de tal manera que no precisa de otra cosa para existir. El atributo de la sustancia es aquella
propiedad que define lo que la sustancia es y sin la cual no cabe pensarse. El
atributo del yo es el pensamiento, el atributo de Dios es la infinitud, el
atributo del mundo o realidad externa es la extensión. En realidad la noción de
sustancia sólo debería aplicarse a Dios, pues en su metafísica el yo y el mundo
dependen de Dios. Pero Descartes hace abstracción de esto y considera sólo la
posibilidad de entender cada ámbito por sus propias reglas independientemente
de los demás. Hay así una sustancia infinita que es Dios y dos sustancias
finitas: yo y la realidad. Las sustancias finitas tienen además modos, o propiedades particulares.
El yo tiene por atributo el pensamiento (res cogitans) y más
específicamente la autoconciencia, la
capacidad de darse cuenta de los propios pensamientos y no sólo del mundo. El
pensamiento se caracteriza por la libertad
y la espontaneidad, así como por la
capacidad de construir sus ideas a
partir de sí mismo.
La materia o mundo externo tiene por atributo la extensión. Es aquella
cualidad que podemos entender racionalmente reduciéndola en último instancia a
términos geométricos, por debajo del contenido de las percepciones. La
extensión comprende la dimensión cuantitativa y todo lo susceptible de ser
tratado como magnitud y viene a coincidir con las cualidades primarias,
mientras las cualidades sensibles corresponderían a las cualidades secundarias, aunque Descartes
no usa esta terminología.
El universo pues se divide en dos esferas independientes y, en cierto
sentido, autosuficientes. La conciencia y el pensamiento es el ámbito de la
libertad pues toda la actividad pensante se hace espontáneamente. Por lo
contrario el mundo material se rige por leyes estrictamente mecánicas de modo que el movimiento y
las cualidades de cada cuerpo son el resultado de la acción de fuerzas externas
provenientes de otros cuerpos. El universo es como un inmenso reloj en el que
cada cuerpo es como una pieza que se mueve por la influencia de las demás
partes del universo, a la vez que ejerce su propia influencia. Todo está
estrictamente determinado, sin
finalidad ni libertad, y podría ser previsto de acuerdo con las leyes físicas.
La física de Descartes se articula a partir de unos principios que
Descartes considera estrictamente racionales y evidentes que se seguirían de
ideas innatas. Llevando al extremo su concepción por la que todo debe poderse
formular en términos geométricos, identifica el espacio, la materia y la
extensión, negando consecuentemente la existencia del vacío. El movimiento es
así un cambio en la distribución de las diferentes partes de la materia.
Los principales principios de su física son: el principio de inercia
(tuvo el mérito de ser el primero en formularlo), de la dirección del
movimiento, del choque y de la conservación
de la cantidad de movimiento (que es
el más característico de su sistema).
La existencia del Universo del
universo depende del creador que lo mantiene en la existencia en cada momento
concreto. Todos los seres materiales, inclusive los seres vivos, son máquinas
cuyas propiedades se pueden explicar a partir de las leyes de la física,
careciendo el universo de sentido y finalidad.
El dualismo entre el pensamiento y la materia tiene su correlato en el
dualismo antropológico por el que entiende al hombre como un compuesto de alma
y cuerpo. El alma es pensamiento y conciencia, cuyos modo básicos son la
percepción (por el entendimiento) y la determinación (por la voluntad).
Pertenece al entendimiento el sentir, imaginar, concebir, recordar, en general;
pertenece a la voluntad desear, odiar y además afirmar, negar y dudar. Todo
forma en conjunto lo que consideramos psíquico. Por su libre voluntad el alma
es libre, lo que significa además de poder elegir, poder dudar cuando las ideas
que tenemos no son evidentes. Dado que las ideas claras que podemos tener son
muy pocas, tenemos que hacer uso de nuestra libertad partiendo siempre de la
posibilidad de errar.
El cuerpo es como todo ente material una máquina que se rige por las
leyes de la física. Las sensaciones y hasta las pasiones obedecen a nuestra
fisiología, materia ésta que se empezaba a descubrir. Las impresiones y las
pasiones llegan a nuestra mente de forma mecánica, siendo la materia que da
lugar a una parte de nuestros pensamientos. ¿Pero como es esto posible si
cuerpo y alma son realidades ontológicamente
independientes? ¿Cómo es posible que sintamos el movimiento del cuerpo como si
fuera obra de nuestra voluntad y que
nuestros sentimientos y estados corporales estén plenamente armonizados?.
Descartes propone que alma y cuerpo se conectan en lo que denomina la glándula
pineal, en la base del cerebro, donde el
alma impulsaría los “espíritus animales” a través de la sangre por todo el
cuerpo produciendo el movimiento. Tan complicada solución deja manifiesto las
dificultades de este modelo dualista de cuerpo y mente.
En el plano práctico nos diferenciamos de Dios porque éste como
sustancia infinita quiere siempre lo
que entiende, pues entiende todo perfectamente. El hombre como sustancia finita apenas puede entender muy poco de
lo que quiere. Pero a cambio de ello la voluntad
humana no está en absoluto determinada, el hombre siempre es libre de afirmar o negar lo que
entiende confusamente y de determinarse por propia voluntad. Esto tiene sus
consecuencias para la práctica moral. Descartes propone una ética de raíz
estoica basada en el control racional de nuestras pasiones, que, como hemos
visto, son de origen fisiológico corporal. Pero esto sólo sería posible
lograrlo plenamente si nuestras ideas sobre como actuar fueran claras, lo
cual es prácticamente imposible en la
mayoría de casos, tanto por la limitación de nuestro entendimiento como por la
misma influencia que tienen las pasiones y los afectos en confundirnos. Como no
podemos establecer unos principios absolutamente seguros para actuar, a
diferencia de lo que ocurre en el conocimiento teórico, debemos seguir
principios provisionales a modo de una “moral
provisional”.Lo importante para dominar nuestras pasiones y ser dueños de
nosotros mismos lo más posible es sabernos adaptar a las circunstancias antes
que pretender que las circunstancias se adapten a nosotros y tratar de
servirnos siempre de la inteligencia para no querer lo que no podemos. La ética
de Descartes deja así un tanto de lado los grandes principios a favor de la
importancia de la iniciativa personal para hacerse un buen juicio y encaminar
adecuadamente los pasos en la vida teniendo siempre en cuentas las
circunstancias concretas.
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