jueves, 21 de febrero de 2013

LA FILOSOFÍA DE RENÉ DESCARTES





 



 La filosofía de Descartes se conoce como racionalismo, teoría según la cual el entendimiento humano construye los conocimientos verdaderos a partir de principios evidentes e indudables ajenos a la experiencia sensible. Además de Descartes siguieron esta filosofía  Spinoza, Malebranche y Leibniz. Pero más allá del racionalismo y del contenido concreto de su  filosofía, Descartes sentó las bases de la filosofía moderna  al  hacer del Sujeto, la conciencia humana, el punto de referencia  para explicar la realidad y  el criterio para determinar la validez del conocimiento. De acuerdo con ello se piensa que el objeto de nuestro conocimiento no es la realidad en sí, sino las representaciones o ideas mentales  de las que podemos tener evidencia. Este planteamiento  se entiende como la teoría representacional de la verdad, teoría que comparten el realismo crítico y el  idealismo.
Descartes parte de la unidad de la razón y de la ciencia, según la que la razón es igual para todos y consiste en la capacidad de llegar a la verdad por sí misma siguiendo un procedimiento correcto. Esto permite la unidad de la ciencia, el hecho de que todas las ciencias han de seguir el mismo procedimiento para ser objetivas y verdaderas, cualquiera que sea el objeto del que traten.
La  verdad de la ciencia y del conocimiento en general depende pues del método, del conjunto de reglas y procedimientos racionales que se deben seguir. Todas las ciencias deben seguir en lo fundamental el mismo método  pues éste no tiene otro origen que el proceder puro de la razón. Descartes fue especialmente crítico con la idea tradicional según la que cada ciencia debía acomodarse en  sus procedimientos  al  tipo de objeto que trata de conocer, lo que para Descartes lleva a gran confusión  y a la ausencia de un criterio sólido sobre la verdad.
Propone las siguientes reglas del método:
a.- Atenerse a la evidencia y certeza, no admitir como verdadero sino aquello de lo que podamos tener completa certeza, lo que comprendamos como evidente y de lo que no se puede dudar.  Se trata de una duda metódica y no meramente psicológica: antes de establecer la verdad de algo tenemos que ponerlo en duda, buscando un motivo posible de duda, aunque desde el punto de vista de nuestra relación espontánea con la realidad estemos convencidos de lo que ponemos en duda.
b.- Analizar lo que hay que conocer  descomponiendo las ideas complejas de lo conocido en sus componentes o ideas simples para solucionarlo.
c.- Llegar a una síntesis con las ideas ya conocidas y analizadas, estableciendo un principio desde el que deducir los datos conocidos y de esta manera explicarlos.
d.-Enumerar todos los datos significativos de lo que se trata de conocer.
Las fuentes principales del conocimiento humano son la intuición y la deducción. La intuición es la percepción  intelectual inmediata y sin apoyarse en otras ideas de las ideas  y principios que son evidentes por sí mismos y que no precisan de ninguna otra idea para ser entendidos. La conciencia podrá estar cierta de estas ideas y tenerlas por primeros principios para cualquier conocimiento posible. La deducción es pasar a nuevas ideas a partir de las ya conocidas y llegar a conclusiones con reglas seguras. Serán de acuerdo con lo anterior verdaderas y evidentes las ideas claras y distintas. Son ideas claras las que podemos entender por sí mismas sin confundirlas con otras. Son ideas distintas las que comprendemos todos sus componentes y la relación entre los mismos. Las ideas claras son opuestas a las oscuras  y las ideas distintas se oponen a las confusas. Decimos que conocemos algo cuando la cuestión está “perfectamente comprendida”, es decir cuando podemos establecer una razón o relación entre las ideas conocidas desde la que deducir todos los datos que podemos tener. Descartes toma a las matemáticas, especialmente  la geometría como la ciencia modélica por ser la que sigue más rigurosamente las reglas del método.
¿Qué verdades podemos tener con toda  certeza para organizar nuestro conocimiento y explicar la realidad, librándonos de paso del peligro del escepticismo?. Descartes propone aplicar  las reglas del método y especialmente la duda metódica.
Hay que descartar primero las creencias, noticias y todo lo que creemos saber sin prueba alguna. Luego el testimonio de los sentidos pues está demostrado que muchas veces éstos se equivocan y producen contradicciones. Por otra parte nada asegura que estos testimonios den cuenta de la  realidad externa pues además de mover muchas veces a confusión  podrían provenir de sueños u extraños estados mentales. En esto cabe también los datos sobre nuestro cuerpo y estados somáticos. Tampoco son de fiar ni  siquiera las matemáticas  pues aunque sean aparentemente evidentes podría ser el caso que nuestra mente no estuviera bien ordenada o estuviese diseñada por un genio maligno que nos quiere engañar. Pero no podemos dudar de que mientras dudo, trato de comprender, recuerdo, sueño o imagina, estoy pensando. Esto lo sé porque me percibo a mi mismo pensando. Este conocimiento es absolutamente cierto y con ello la consecuencia que se sigue: “pienso, luego existo”, pues ese pensamiento es mío y si es mío yo tengo que existir.
La primera verdad es pues “pienso, luego existo”, lo que conlleva admitir como parte de mi pensamiento las ideas en las que pienso. ¿Pero en qué sentido “yo existo”?. Es decir, ¿qué soy yo?. Yo no soy sino aquello que percibo (intuyo) con evidencia: soy alguien que piensa. El yo cartesiano consiste en la conciencia, cuyo ejercicio es ser consciente de sí y de los propios pensamientos, del acto de pensar como tal. Pero no soy en este sentido mi cuerpo o mi mundo pues eso no es para nada evidente.
De este planteamiento surge la teoría representacional: el contenido de mi pensamiento no es la realidad externa sino las ideas que yo tengo por representaciones. Estas ideas pueden ser de tres tipos: adventicias, pues parecen proceder de las cosas externas, sin que necesariamente sea así; facticias, las que formamos combinando ideas que ya tenemos; innatas que tenemos sin proceder de la experiencia y que son  evidentes e indudables.
 




 

¿Pero acaso no puedo estar seguro de que el mundo externo no existe y que de el provienen las ideas que lo representan? La primera verdad sólo demuestra que yo existo, como ser pensante, y  conmigo mis ideas. Pero si sólo fuera esto caería en el solipsismo que Descartes rechaza al contradecir nuestro sentido natural de la realidad. Descartes admite que no se puede  demostrar directamente la existencia de la realidad externa, pues que mis representaciones y percepciones provengan  de la realidad externa es una suposición sin demostrar. Descartes realiza una prueba indirecta: puesto que si el mundo exterior no existe y mis percepciones no provienen del mismo, yo estaría totalmente engañado en mi creencia elemental de que el mundo existe. Es evidente que este engaño no puede surgir de mí, pero tampoco de Dios, en caso de existir, pues ¿Cómo iba engañarme tan arteramente?. Sólo podría venir de un genio maligno. Pero ¿cómo podría consentir Dios que me engañara de tal manera al tener Dios poder para impedirlo?. Tenemos entonces que si Dios existe no podemos estar engañados y  el mundo existe y es el origen de mis representaciones.
¿Pero como demostrar la existencia de Dios?.

 Descartes  emplea una argumentación a priori análoga al argumento ontológico ya que  como sólo podemos dar por hecho que “yo existo”  junto con mis ideas, se ha de partir del contenido de las ideas de mi mente. Sus diferentes pruebas se pueden resumir de la siguiente manera. Entre las diferentes ideas que tengo aparece la idea de lo infinito, que evidentemente no proviene de la experiencia, ni deriva de otras ideas o propiedades finitas, pues de la suma de ideas finitas no puede surgir la idea de lo infinito. La idea de lo infinito es pues innata. ¿De donde procede?, ¿Cuál es su causa?. Según Descartes todo tiene que tener una causa y esta ha de ser adecuada a su efecto, es decir contener al menos tanta realidad como su efecto. A este respecto maneja la distinción entre la realidad objetiva y la realidad formal o actual de una idea. La realidad objetiva son las notas de sus ideas, su significado; la realidad formal o actual es el ser real que esa idea designa. Dice entonces que la causa de de una idea (realidad objetiva) ha de tener realidad formal o actual.  Esa realidad sólo puedo ser yo (pues tengo realidad formal) o algo infinito real. Yo no puedo ser, pues soy finito y carezco de la perfección que tiene la idea de lo infinito. La causa de la idea de infinito (realidad objetiva) ha de tener tanta perfección como esa idea y sólo puede ser  lo infinito como tal, lo infinito en su realidad formal. Como Dios es lo infinito, tenemos que Dios existe. Al reformular el argumento ontológico Descartes sostiene que la idea del ser perfecto ha de implicar su existencia pues de lo contrario no sería perfecto.
La segunda verdad cierta es pues que Dios existe y que nos ha dado la existencia. Pero ello conlleva admitir su veracidad junto a su omnipotencia. Dios no puede engañarnos o permitir que estuviésemos engañados como si dependiéramos de un genio maligno. De ahí que podemos estar seguros que el origen de nuestras ideas, no todas y cada una sino en general, es la realidad exterior, el mundo material. Por tanto podemos afirmar una tercera verdad: que el mundo existe en cuanto realidad externa y no sólo como contenido de mis ideas y percepciones. El fantasma del solipsismo, de que sólo yo existo, queda así conjurado.
¿Pero en que consiste la realidad?.
Hay tres ámbitos de la realidad, ámbitos que denomina sustancia.: yo, Dios  y el mundo externo. Sustancia según Descartes es aquello que existe de tal manera que no precisa de otra cosa para existir. El atributo de la sustancia es aquella propiedad que define lo que la sustancia es y sin la cual no cabe pensarse. El atributo del yo es el pensamiento, el atributo de Dios es la infinitud, el atributo del mundo o realidad externa es la extensión. En realidad la noción de sustancia sólo debería aplicarse a Dios, pues en su metafísica el yo y el mundo dependen de Dios. Pero Descartes hace abstracción de esto y considera sólo la posibilidad de entender cada ámbito por sus propias reglas independientemente de los demás. Hay así una sustancia infinita que es Dios y dos sustancias finitas: yo y la realidad. Las sustancias finitas tienen además modos, o propiedades particulares.
El yo tiene por atributo el pensamiento (res cogitans) y más específicamente la autoconciencia, la capacidad de darse cuenta de los propios pensamientos y no sólo del mundo. El pensamiento se caracteriza por la libertad y la espontaneidad, así como por la capacidad de construir sus ideas a partir de sí mismo.
La materia o mundo externo tiene por atributo la extensión. Es aquella cualidad que podemos entender racionalmente reduciéndola en último instancia a términos geométricos, por debajo del contenido de las percepciones. La extensión comprende la dimensión cuantitativa y todo lo susceptible de ser tratado como magnitud y viene a coincidir con las cualidades primarias, mientras las cualidades sensibles corresponderían a  las cualidades secundarias, aunque Descartes no usa esta terminología.
El universo pues se divide en dos esferas independientes y, en cierto sentido, autosuficientes. La conciencia y el pensamiento es el ámbito de la libertad pues toda la actividad pensante se hace espontáneamente. Por lo contrario el mundo material se rige por leyes estrictamente mecánicas de modo que el movimiento y las cualidades de cada cuerpo son el resultado de la acción de fuerzas externas provenientes de otros cuerpos. El universo es como un inmenso reloj en el que cada cuerpo es como una pieza que se mueve por la influencia de las demás partes del universo, a la vez que ejerce su propia influencia. Todo está estrictamente determinado, sin finalidad ni libertad, y podría ser previsto de acuerdo con las leyes físicas.
La física de Descartes se articula a partir de unos principios que Descartes considera estrictamente racionales y evidentes que se seguirían de ideas innatas. Llevando al extremo su concepción por la que todo debe poderse formular en términos geométricos, identifica el espacio, la materia y la extensión, negando consecuentemente la existencia del vacío. El movimiento es así un cambio en la distribución de las diferentes partes de la  materia.
Los principales principios de su física son: el principio de inercia (tuvo el mérito de ser el primero en formularlo), de la dirección del movimiento, del choque y de la conservación de la cantidad de  movimiento (que es el más característico de su sistema).
La existencia del Universo  del universo depende del creador que lo mantiene en la existencia en cada momento concreto. Todos los seres materiales, inclusive los seres vivos, son máquinas cuyas propiedades se pueden explicar a partir de las leyes de la física, careciendo el universo de sentido y finalidad.
El dualismo entre el pensamiento y la materia tiene su correlato en el dualismo antropológico por el que entiende al hombre como un compuesto de alma y cuerpo. El alma es pensamiento y conciencia, cuyos modo básicos son la percepción (por el entendimiento) y la determinación (por la voluntad). Pertenece al entendimiento el sentir, imaginar, concebir, recordar, en general; pertenece a la voluntad desear, odiar y además afirmar, negar y dudar. Todo forma en conjunto  lo que consideramos psíquico. Por su libre voluntad el alma es libre, lo que significa además de poder elegir, poder dudar cuando las ideas que tenemos no son evidentes. Dado que las ideas claras que podemos tener son muy pocas, tenemos que hacer uso de nuestra libertad partiendo siempre de la posibilidad de errar.
El cuerpo es como todo ente material una máquina que se rige por las leyes de la física. Las sensaciones y hasta las pasiones obedecen a nuestra fisiología, materia ésta que se empezaba a descubrir. Las impresiones y las pasiones llegan a nuestra mente de forma mecánica, siendo la materia que da lugar a una parte de nuestros pensamientos. ¿Pero como es esto posible si cuerpo y alma son realidades ontológicamente independientes? ¿Cómo es posible que sintamos el movimiento del cuerpo como si fuera  obra de nuestra voluntad y que nuestros sentimientos y estados corporales estén plenamente armonizados?. Descartes propone que alma y cuerpo se conectan en lo que denomina la glándula pineal,  en la base del cerebro, donde el alma impulsaría los “espíritus animales” a través de la sangre por todo el cuerpo produciendo el movimiento. Tan complicada solución deja manifiesto las dificultades de este modelo dualista de cuerpo y mente.
En el plano práctico nos diferenciamos de Dios porque éste como sustancia infinita quiere siempre lo que entiende, pues entiende todo perfectamente. El hombre como sustancia finita apenas puede entender muy poco de lo que quiere. Pero a cambio de  ello la voluntad humana no está en absoluto determinada, el hombre  siempre es libre de afirmar o negar lo que entiende confusamente y de determinarse por propia voluntad. Esto tiene sus consecuencias para la práctica moral. Descartes propone una ética de raíz estoica basada en el control racional de nuestras pasiones, que, como hemos visto, son de origen fisiológico corporal. Pero esto sólo sería posible lograrlo plenamente si nuestras ideas sobre como actuar fueran claras, lo cual  es prácticamente imposible en la mayoría de casos, tanto por la limitación de nuestro entendimiento como por la misma influencia que tienen las pasiones y los afectos en confundirnos. Como no podemos establecer unos principios absolutamente seguros para actuar, a diferencia de lo que ocurre en el conocimiento teórico, debemos seguir principios provisionales a modo de una “moral provisional”.Lo importante para dominar nuestras pasiones y ser dueños de nosotros mismos lo más posible es sabernos adaptar a las circunstancias antes que pretender que las circunstancias se adapten a nosotros y tratar de servirnos siempre de la inteligencia para no querer lo que no podemos. La ética de Descartes deja así un tanto de lado los grandes principios a favor de la importancia de la iniciativa personal para hacerse un buen juicio y encaminar adecuadamente los pasos en la vida teniendo siempre en cuentas las circunstancias concretas.



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