Nietzsche es el principal
promotor de la crítica del modelo de razón que ha predominado en la historia de
la filosofía y especialmente en la filosofía moderna, proceso éste que
culminaría en la filosofía de Kant. Critica al subjetivismo moderno que ha
hecho de lo racional la esencia constitutiva del hombre conduciendo a una
visión uniforme y conservadora de la realidad y del hombre, en beneficio de la
seguridad, la comodidad y el utilitarismo. Esto se une al cuestionamiento de la
vida en lo que tiene de variedad, diferencia, cambio, sorpresa e incertidumbre.
En general Nietzsche, aunque este es un tema
muy polémico, no defiende un irracionalismo estricto que negaría el valor de la
razón, sino que trata de cuestionar lo que entiende que es una visión
unilateral y uniforme de la razón, apostando por la unidad entre la razón, los
sentimientos, la imaginación y la
realidad sensible del hombre.
El vitalismo, nombre con
el que se conoce la filosofía de Nietzsche, es la proclamación de la vida como
principio supremo, realidad única de la que depende el conocimiento, la moral y
en general los ideales y la cultura humana. Sin embargo no sostiene un
vitalismo biologista, sino una determinado visión de la cultura: la vida en su
variedad y diversidad infinitas se plasma en sistemas de valores o de
puntos de vista que ayudan a dominar los fenómenos y la realidad concreta. La
vida es así una transformación constante de nuestros puntos de vista y de la
relación del hombre con los fenómenos. A diferencia de las versiones
biologistas que nacen con Darwin, para quienes lo esencial de la vida es la
conservación y la repetición, para Nietzsche, la vida es sobre todo incremento,
enriquecimiento, creación de nuevas
posibilidades. Esta tendencia constante a la transformación, la novedad y la
variedad se resume en su idea de que el mundo y la vida son voluntad de
poder, voluntad de vida más rica y plena; es afán de superación y de
creación de nuevos valores. Las idea de la voluntad de poder indica que siendo
la voluntad la raiz de todo lo vivo y especialmente el hombre, esta voluntad, y
con ella la vida, no depende de fines concretos a los que estaría sometida sino
que su único fin es ella misma, es decir incrementarse sin cesar. Voluntad de
poder: la voluntad sólo quiere querer más. Su poder es querer más.
La filosofía de Nietzsche es una
reflexión constante que tiene por centro la “muerte de Dios”, hecho y símbolo a
la vez que domina nuestro tiempo desde la edad moderna. “La muerte de Dios”
designa en primera instancia la desaparición de la creencia en el Dios
cristiano, pero el asunto trasciende la religión e involucra todas las
creencias fundamentales del hombre occidental. Para Nietzsche la cultura y la
forma de vida de Occidente gira en torno a la idea de Dios, como principio
trascendente que da razón del mundo y sentido a la vida. Por ello la muerte de
Dios implica que no hay una razón última que dé sentido y permita ordenar
nuestras creencias y valores morales. Pero ¿De donde procede la idea de Dios?,
¿Cuál es su verdadero significado?, ¿Cómo ha entrado en crisis?, ¿Qué futuro
tiene la humanidad una vez que “Dios ha muerto”?.
¿De donde procede la idea de
Dios?.La idea de Dios es la culminación mas coherente de lo que Nietzsche
considera “pensamiento metafísico”.La filosofía occidental tiene un carácter
esencialmente metafísico. Por tal entiende Nietzsche la invención, por sublimación, de un
mundo ideal-abstracto y su justificación presuntamente racional, mundo que
niega y oculta la vida con sus contradicciones, variedad e incertidumbre. El
núcleo medular de esta concepción es el platonismo, planteamiento
general que domina según N toda la filosofía hasta el pensamiento moderno
inclusive.
En su origen se trata de una
reacción frente al pensamiento trágico
expresado en las grandes tragedias griegas que muestran la realidad íntima de
la vida en lo que tiene de pavoroso pero también de estimulante. Así la vida sería una confrontación constante y sin solución ni término final entre lo
apolíneo y lo dionisiaco, el
espíritu del orden y de racionalización por una parte; el caos profundo, la
variedad y la metamorfosis, el mundo de los instintos e impulsos primitivos
nunca plenamente domesticables, por otra.
Sócrates
inspira la reacción intelectualista de Platón, al proponer el
sometimiento de las pasiones e impulsos vitales a la previa comprensión
intelectual, con lo que, según Nietzsche, se empieza a valorar el cálculo y el
autocontrol interesado sobre la
naturalidad y la espontaneidad.
Platón
radicalizaría este planteamiento promoviendo anular el valor de lo sensible y
de lo instintivo y en definitiva de la vida. Inventa para ello una visión
dualista del mundo, entre un mundo ideal-inteligible y otro sensible. Mientras
el mundo inteligible de las Ideas, caracterizado por la eternidad, la unidad y la inmutabilidad,
es el mundo verdadero, el mundo sensible con sus cualidades opuestas, de
variedad, pluralidad, cambio, transitoriedad, es sólo aparente y hasta ilusorio.
Se viene a valorar y considerar real solo lo permanente, uniforme e inmutable,
achacando al cambio, la pluralidad y la diferencia, falta de ser, mera
apariencia.
Aristóteles
consuma este proceso de racionalización radical y de desvalorización del mundo
sensible en favor de un mundo ideal al crear la idea de un Dios, causa final
del universo, cuya mente contiene las Ideas platónicas, que sería la razón
última de la realidad y el fin de la naturaleza. Se trata del denominado “Dios
de los filósofos”. Para Nietzsche el Dios cristiano no es más que una
vulgarización de este Dios único y racional, mientras el cristianismo sería una
especie de “platonismo popular”
Esta visión intelectualista y
dualista promueve una serie de valores que en el fondo, desde la óptica de
Nietzsche son disvalores o valores negativos ya que no se exaltan por
ellos mismos, sino por lo que representan contra la vida. Estos valores
negativos marcan todos los aspectos de la vida y la cultura, siendo los más
importantes los que tiene que ver con la ontología, el conocimiento, la antropología
y la moral y el lenguaje.
Ya hemos visto que el
“platonismo” minusvalora la realidad sensible a favor de lo racional. Este
antepone el ser, lo eterno y único, accesible sólo racionalmente, al devenir, reducido a mera apariencia y modo
inferior de realidad. Una de las grandes obsesiones de Nietzsche es pensar un
mundo en el que el ser sea parte del devenir y no a la inversa.
Por que
se refiere al conocimiento el pensamiento metafísico se basa en la suposición
de que nuestro pensamiento capta la realidad en sí. Este supuesto da lugar a
venerar la idea de la verdad como presunta correspondencia entre el
pensamiento y la realidad. Se cree que, en última instancia, todos podemos
coincidir en la verdad y encontrarla, porque podemos captar la realidad tal
como es. Pero ¿qué sentido tiene esto sino existen más que las apariencias, los
fenómenos tal como se manifiestan?. La calificación de las apariencias y los
fenómenos implican siempre un punto de vista subjetivo, una interpretación.
Para Nietzsche llamamos verdadero aquello que vemos desde un determinado punto
de vista, pero estas interpretaciones no son neutras ni las mismas. Nietzsche
asume un perspectivismo en nombre del que rechaza el supuesto kantiano y
cartesiano de la unidad y universalidad del conocimiento humano, pues el
conocimiento depende del punto de vista, puntos de vistas que a su vez dependen
de nuestra situación vital, son una pieza al servicio de los intereses de
nuestra vida. Nietzsche rechaza en contra de Kant que pueda existir un punto de
vista universal común a todos los hombre.
La
antropología del pensamiento metafísico impone el dualismo de cuerpo y alma, y
con ello la subordinación de la corporalidad sensible y material a lo racional
y espiritual. Nietzsche no sólo reivindica lo sensible y material como base de
nuestros impulsos vitales, sino que también rechaza la idea de que la razón es
independiente y está por encima del cuerpo. Cuestiona también la idea
tradicional y cartesiana que identifica al hombre con el yo y la conciencia,
así como la dependencia de la voluntad respecto a la razón y la conciencia.
Anticipando ideas del psicoanálisis cree que nuestra parte racional está al
servicio de los impulsos vitales, a los que racionaliza y sublima para
adecuarlos a la vida social, de la misma forma que, en línea de lo que proponía
D. Hume, reivindica el carácter multiforme de la mente no siendo la mente otra
cosa que el compendio de nuestras vivencias y hábitos.
El
pensamiento metafísico inspira la ética y la moralidad cristianas predominantes
en Occidente. Nietzsche somete los valores morales predominantes, la idea del
bien y del mal, a un examen que denomina “genealógico”, tratando de derivarlos
de las tendencias vitales últimas del ser humano. “Sospechando” de su
autenticidad cree que la idea del bien y el mal encubren el temor a la vida y
son artificios de los “más débiles”, de quienes temen la vida y la libertad,
para imponer un orden social uniforme, igualitario y aparentemente seguro,
anulando o marginando a “los fuertes”, aquellos que se atreven a seguir sus
valores. Según N., el cristianismo impone una moral decadente contraria a la
vida en la que se veneran valores, a su modo de ver, negativos, como la
compasión, la igualdad, el servilismo, la humildad, la mansedumbre...etc frente
a lo que Nietzsche reivindica lo que considera el sentido original de lo bueno:
la nobleza, la generosidad, la dureza, la diferencia, la exigencia
extrema,...etc. Como se desprende el cristianismo es una moral gregaria frente
a la moral aristocrática del superhombre.
Un
asunto capital es el del lenguaje, pues el pensamiento metafísico justifica su
visión de la realidad, el conocimiento y hasta la moral en el presunto realismo
del lenguaje. Se trata del supuesto infundado de que el lenguaje y en último término
la gramática transmiten o comunican la realidad. Esta idea supone un proceso
según el que existe primero una realidad en sí que nos representamos
mentalmente en forma de conceptos y que comunicamos con las palabras. Las
palabras representarían los conceptos y estos la realidad. Esta visión realista
está arraigada en la filosofía pero sobre todo en la conciencia natural del
hombre que la toma como indiscutible. Para N. este esquema falla en su origen:
no existe realidad en sí y por tanto ni los conceptos, ni las palabras la
pueden representar. ¿A qué responde el lenguaje según N?.Sostiene que el origen
del lenguaje es la metáfora, no el concepto. El punto de arranque
no es la realidad en sí sino las impresiones sensibles que traducimos en
imágenes y que, para conservarlas, las convertimos en metáforas,
referencias con las que identificamos diferentes imágenes a la vez.
Seleccionamos pues como metáforas unas imágenes y postergamos otras. Las
metáforas que se hacen más relevantes dan lugar a lo que llamamos conceptos,
que expresamos con palabras, no siendo estas más que “una segunda metáfora”. ¿Por qué reducimos
las metáforas iniciales a unas pocas seleccionadas, los conceptos?. Lo hacemos
en razón de la necesidad de comunicarnos y de vivir en sociedad. Con ello
simplificamos el pensamiento pero a cambio de coincidir todos en lo mismo. Se
simplifica y uniformiza la realidad, y lo que es peor, se crea la idea de que
la realidad coincide con nuestro lenguaje. Considera N. al lenguaje dominante
como una convención social basada en “ilusiones y mentiras”. Para N. Aunque las
metáforas se “momifiquen” en conceptos, siguen siendo la base del lenguaje.
Este se debe a la imaginación creadora y libre
antes que a la razón. La raíz metafórica del lenguaje, ficción en suma,
se expresa en la poesía o en los mitos que están atentos a las múltiples formas
de la realidad, no en el lenguaje de la ciencia o de los discursos formales,
que según él, sólo se ciñen a lo monótono, lo ordenado rígidamente, y lo
convencionalmente establecido.
La
puesta en cuestión de la idea de Dios
obedece a una especie de cansancio de los considerados “valores
trascendentes”, la Unidad, la Verdad, el Bien, la Belleza, la Justicia..etc,
cuando a la sombra de estos el hombre ha ido aumentando su dominio de la
realidad, lo que ha conducido a que el hombre se vea en el centro del universo.
Los nuevos ideales humanistas alumbran la ciencia y el pensamiento moderno, en
la que el hombre busca certezas y seguridades absolutas, no fiándose más que de
los sentidos y de su razón. Con ello se debilita la confianza en una razón y un sentido último de
la vida y el universo. Pero con la “muerte de Dios” no desaparece la influencia
de esa idea en el fondo de la mente humana. “El último hombre”, el hombre de
nuestro tiempo desde la modernidad, no es consciente plenamente de lo que
significa la muerte de Dios, quiere con mayor o menor claridad sustituir el
antiguo Dios por otros dioses que den sentido a la vida: la ciencia, las
ideologías y utopías colectivas como el comunismo, el anarquismo, o los
nacionalismos, la fe en el progreso..etc.
El
pensamiento metafísico es una visión negativa y decadente del mundo y de la
vida debida al nihilismo. En sentido general el nihilismo
consiste en la desvalorización de los valores auténticos y de lo que la vida
tiene de valioso, según el principio de que “nada vale y nada merece la pena”.
Pero el pensamiento metafísico no presenta esa cara nihilista directamente.
Encubre su desprecio de la vida pregonando la existencia de esos valores
trascendentes que estarían por encima de la vida y que se resumen en la idea de
Dios y del “mundo verdadero”. Se trata de un tipo particular de nihilismo, el “nihilismo
reactivo”, motivado por el resentimiento y el afán de
venganza que tienen “los débiles” contra la vida y “los fuertes”, afán debido a
su incapacidad para estar a la altura de la vida. Nietzsche responsabiliza en
este punto especialmente al cristianismo por haber creado un falso sentimiento
de culpa en la humanidad. El hombre interioriza su fracaso sintiéndose
merecedor de castigo y aviniéndose a exaltar valores como la obediencia y la
sumisión, pero también la persecución de la diferencia y de lajerarquía. Se
pregona como superior lo que en realidad es inferior, llevando en última instancia
a igualar todos los valores, cosa que equivale a dejar todo sin valor. La
sociedad, en lugar de desarrollar la vida, la capacidad de crear y sentir, se inclina por ordenarse rígida y uniformemente, tal como
un “rebaño satisfecho”, a costa de la
iniciativa del individuo y a cambio del placer y la satisfacción momentánea.
Pero la
voluntad de poder requiere cierta dosis de nihilismo. Nietzsche apuesta por el nihilismo
activo frente al nihilismo reactivo. El nihilismo activo es la
disposición a crear nuevos valores acordes con la vida, para lo que es preciso
no admitir ningún valor como definitivo y desvalorizar los presuntos “valores
supremos”, que como sabemos, serían en realidad valores negativos. El ateísmo de Nietzsche es en su esencia un
nihilismo activo, la posición sistemática de no admitir como definitivo ningún
valor, y de rechazar que exista una
razón definitiva del mundo y un sentido último de la vida, pero todo como
condición para poder crear nuevos valores y progresar humanamente. El mundo que
corresponde a esta actitud es el mundo de la voluntad de poder, donde no
se trata de sustituir los antiguos valores que daban un sentido definitivo a
todo, por otros nuevos que pretenden lo mismo, sino de atreverse a superar
incluso los valores que hemos sido capaces de crear libremente. Nada es eterno
porque todo es digno de superarse.
La idea
del “superhombre” encarna la voluntad de poder. Es el tipo humano
que está a la altura de la voluntad de poder y hace de su vida el despliegue de
la voluntad de poder. Es lo opuesto tanto del “hombre-rebaño” como del “último
hombre”. El mundo occidental está abocado a hacer del hombre rebaño el tipo
humano característico y dominante. Se trata del hombre que no busca otra cosa
que acomodarse a la sociedad buscando
seguridad y protección, que da por buenos y definitivos los valores imperantes,
o que en todo caso no está en condiciones de apreciar lo que tiene mérito y
valor, sin importarle vivir en el caso más extremo sin verle sentido a nada
sólo para no sentir la necesidad de buscar un sentido a su vida. El “último hombre” ejemplifica la etapa de
transición entre “la muerte de Dios” y su alternativa, sea esta el superhombre
o el hombre rebaño. Desde la razón y la ciencia trata en el fondo de sustituir
la idea de Dios por ídolos o dioses que den sentido a la vida terrena, ante que
admitir que no hay valores definitivos.
Nietzsche
ilustra la evolución de la humanidad de la siguiente manera. Primero viene el
camello que ejemplifica con su chepa el espíritu de culpa propio del
cristianismo, es también el hombre gregario que vive la vida como una carga y
se quiere desprender de ella eludiendo cualquier responsabilidad. Le sigue el
león que ruge, que dice sí a la vida, los héroes y creadores que anticipan al
superhombre, pero también el “último hombre” que todavía no reniega de los
valores trascendentes. Por último “el niño que juega a los dados” es la imagen
del superhombre.
En
efecto el superhombre vive la vida desde la inocencia como si la vida fuera un
juego, pues se trata de dejarse llevar por el puro afán de crear y transformar
el mundo.
El
superhombre apuesta primero que nada por “la transvaloración de todos los
valores”, por ir más allá de todos los valores con espíritu creativo,
sin someter esa actividad a los fines utilitarios ni subordinarla al respeto de
lo establecido. Su actitud ante la vida es afirmativa, se rige por la norma del
“amor fati”, amor al destino. Se acepta la vida en lo que significa de
rueda trágica de dolor y gozo, sin renegar del dolor en nombre del gozo, como
hace el hedonismo y el espíritu del hombre rebaño moderno, pero tampoco sin
renegar del gozo en nombre del dolor como piensa que hace el cristianismo y
algunas ideologías modernas que predican por encima de todo el sacrificio. Esta
vida inocente y alegre hace de todo un juego, pero con la seriedad que requiere
jugar, ateniéndose siempre a las consecuencias, porque libre es el que asume
todas las consecuencias de lo que hace y le gustan aunque no las hubiera
deseado. El superhombre ve todo lo que se deriva de sus actos como si fuera
resultado de su voluntad. Quiere todo lo que hace aunque no lo desee. Esta
exaltación de la vida se resume en la idea de que “no merece la pena ningún día
en que no hayamos danzado”. A su vez esta frase ilustra la predilección que
Nietzsche tiene por el arte, al que considera la expresión idónea de la
voluntad de poder, antes que la ciencia, la religión o la política. El artista
es quien más se acerca al superhombre por su espíritu libre y creador.
El mundo
del superhombre es el que responde al “espíritu de la tierra”, la
valorización de lo sensible, con lo que tiene de temporal y efímero, pero
también de novedoso, sorprendente y diferente. Esta forma de entender el mundo
requiere de una reflexión y de un posicionamiento adecuado ante la temporalidad
y la finitud propia de la vida. Esto se traduce en la teoría del eterno
retorno, pensamiento postrero al que N. considera su “más difícil pensamiento”. Todo retorna:
todo lo que pasa pertenece a un ciclo que
aparece desaparece eternamente. Esta finitud y transitoriedad del mundo
sensible choca con la voluntad de permanencia propia de la voluntad de poder,
que quiere perpetuarse transformando constantemente todos los valores y formas
de vida. El eterno retorno es un precepto vital, y una hipótesis cosmológica,
que Nietzsche no consigue conjugar. Como precepto vital llama a una actitud
vital coherente con la voluntad de poder: Significa vivir en la confianza de
que lo importante se ha de repetir eternamente, vivir el momento como si fuera
a retornar eternamente. Esta confianza hace que retorne eternamente la voluntad
de crear, que en todo momento estemos dispuestos a superarnos. Como hipótesis
cosmológica inscribe al hombre y su voluntad en el constante nacer, perecer y renacer
de la naturaleza. Invoca al hombre como parte de la naturaleza y a vivir según el “espíritu de la tierra”. No
hay fines trascendentes ni metas últimas. Sólo el momento que hay que asumir
con todas sus consecuencias, es decir aceptando lo que se sigue de lo que
queramos aunque no guste. Eso es vivir el momento en su eternidad, es decir
como algo que igual que pasa se ha de repetir eternamente.
Nietzsche piensa la que la “muerte de Dios” es
en el fondo un hecho positivo pues pone al hombre ante la necesidad de tomarse
en serio su propia vida, aunque haya muchas dudas sobre su capacidad de estar a
la altura de ese suceso. Con “la muerte de Dios” la humanidad ha de admitir que
no existen fines ni metas últimas, pero ello requiere estar dispuesto a crear
valores y cuestionar lo que pretende permanecer. Ha de admitir que la vida es
incierta y azarosa, incluso no necesariamente grata. El destino de la humanidad
entra en una disyuntiva: avanzar hacia el superhombre o seguir deslizándose en
las diferentes formas del nihilismo reactivo.
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