A pesar de
las escasas posibilidades de que nos toque, la mayoría de españoles nos
convocamos en la lotería de navidad con el convencimiento de que, esta vez sí,
la suerte está al acecho. Se dirá que eso ocurre en todos los sorteos, pues si
no se tuviera esperanza nadie jugaría, pero en este caso no es lo mismo. El
mismo impulso que lleva todos a participar lleva a cada uno a sumarse a los
demás.
Incorporo apuntes de Filosofía de primero y segundo de Bachillerato a palo seco que sólo tienen sentido como punto de arranque para comentar y dialogar, cosa que intenté en mis clases quizás con algo de voluntad y no mucho acierto. También introduzco comentarios y sugerencias más otoñales que primaverales por si hubiera algo que filosofar. La ilusión declina cuando se pasa del asombro a la perplejidad. Pero tal vez también el pensamiento escriba recto con reglones torcidos.
martes, 24 de diciembre de 2013
lunes, 16 de diciembre de 2013
OTROS DOS ACTORES DESAPARECIDOS.
El cine británico tiene desde siempre un estilo inconfundible entre
desabrido y enérgico, en constante coqueteo con la transgresión, pero por
encima de todo ha aportado una saga de actores colosales de un patrón marcadamente
nacional y universal a la vez. Los grandes actores británicos tienen una
monumentalidad de la que carece el más democrático y prosaico estilo hollywoodiense
y quizá ningún otro cine. Véase sino desde los Barrymoore, L. Olivier, J.
Gielgud, A. Guiness, Rex Harrison, R. Donat,
Ch. Laughton, Michael Redgrave, el mismo O. Welles …etc, hasta incluso, más
recientemente Sean Connery o Michel Caine. Salvo Burt Lancaster y en algunos
registros R. Mitchun o Spencer Tracy el cine americano ofrece otro registro.
Los monstruos británicos de la interpretación tienen el aire de familia de la
nobleza y las clases dirigentes británicas, que se han creído destinadas a
dirigir moralmente el pueblo y a plantar a la gran Bretaña en el centro del
universo. Las grandes estrellas norteamericanas incluida la egregia de Gary
Cooper están hechas a la medida del público, encarnan lo que el americano medio
quiere ser; los británicos, actores antes que estrellas, marcan lo que el
público debe comprender y disfrutar. Cuentan para ello con la fidelidad de su
público, que han sabido cultivar desde la gloria del teatro isabelino. Por
encima de todo destacaría el empaque de estos actores, la precisión con la que se
ciñen al tipo que deben interpretar y la elevación de este tipo a algo
exclusivo. Este estilo inspirado en la tradición del teatro shakesperiano se
recrea en el gusto por la objetividad interpretativa, frente al cultivo de la
subjetividad sentimentalista tan típica del Actor,s Studio. Es la diferencia
entre la comprensión histórica y cultural de un personaje y su reducción
psicologista al común denominador de las sensaciones comunes y cotidianas, en
las que el cine norteamericano se mueve como pez en el agua. Quizás en este
contexto Peter Otoole haya aportado a este sentido monumental una dimensión
inquietante, un guiño a la más recóndita rabia del subconsciente, tal como lo
evidencia la radical transformación de la personalidad del héroe Lawrence después
de ser violado.
Al igual que la nación británica sus grandes actores se yerguen entre la “Pompa
y las circunstancias”, tomando el tema de S. Elgar, entre el orgullo insufrible
de su propia grandeza imperial y el más descarnado y objetivo pragmatismo. Los
británicos han aprendido a ver las cosas como son, pero con el único fin de extraer
de ello el máximo beneficio e interés. El credo británico es primero la Gran
Bretaña, después la Gran Bretaña y si queda algo por último el Imperio. Han
pasado los tiempos gloriosos pero sigue la inercia. Este pragmatismo se
traslada al arte de la interpretación para entender en sus términos justos lo
que requiere el personaje y la acción, en la confianza de que el público será
fiel. Como siempre el Pisuerga pasa por Valladolid no me resisto a la tentación
de remar para casa. Como británicos que son, los escoceses comparten el sentido
pragmático y positivista. Los nacionalistas escoceses lo tienen muy difícil porque
tienen que jugar a demostrar racionalmente lo que conviene e interesa, a
sabiendas de que serían vistos con
oprobio si se lanzan a desenterrar agravios y rencores. El sentido común es una
virtud nacional que comparten todos los británicos, y ese sentido no permite fracturar
de ninguna manera la convivencia por mucho que sea lo que esté en juego.
Joan Fontaine ha flotado en el mundo del espectáculo como una pluma que
reclama unas solidas alas para que la lleven en vuelo. Cuesta considerarla una megaestrella
pero su presencia no puede quedar desapercibida, se refiere a algo que de tan
quebradizo es inquebrantable. Pero también obliga a mirar de reojo a la espera
de que algo explote. En parte encarna el sueño de la americana media de ser
dueña de su hogar, sirviéndose de la docilidad y la humildad. Cabría entre los
personajes de Walt Disney sino fuera que su humanidad va en serio y casa mal
con el aniñamiento moral de esta factoría de puerilización colectiva. Por no
extenderme da la casualidad de que la Cate Blanchett de Blue Jasmine ilumina la
dimensión de aquel portento interpretativo y del personaje tipo a la que la
estoy asociando. Más propiamente parece el contradestino de la Fontaine tópica en
la actualidad. Nuestro mundo apenas permite la ingenuidad que idealmente
difunde la factoría Disney y la mujer no se puede refugiar tampoco en su nido
como si el mundo fuera un espectáculo de fantasía. Si la Jasmine y La Jane Eyre
tienen algo de figuras gemelas, la primera es el contradestino de la
encantadora joven que transfiguró a O. Welles o que en otro personaje libró a
L. Olivier de su tormento sólo por la fuerza de la pureza. En los tiempos que
corren es difícil creer que la bondad pueda redimir a nadie y que la inocencia
no sea otra cosa que la ignorancia interesada de quien se tapa con sus alas.
lunes, 7 de octubre de 2013
LA RECONVERSIÓN DE LA IGLESIA.
El perfil del papa Francisco se torna más enigmático respecto a la acción
cuanto más define su intención. Le urge
a hacer esto la conciencia del declive espiritual de la Iglesia y de la enorme
dificultad de encontrar su lugar en un mundo secularizado que parece estar de
vuelta de los valores y metas que la Iglesia ha avalado históricamente.
domingo, 6 de octubre de 2013
LA CREACIÓN Y LA OSCURIDAD.
La difícil sintonía entre la estética y la ética no afecta sólo al interior
de la obra sino a la relación de esta con el proceso de su creación. Es
evidente que nuestra relación con la belleza natural no es la misma que con el arte. Nadie que estuviera en sus cabales se
detendría a disfrutar de las cualidades estéticas de un incendio o de una
tempestad que pone en peligro vidas humanas, ni siquiera le pasaría por la
imaginación buscar ninguna belleza en esto. Sólo la inmensa lejanía en el
tiempo o el espacio, o incluso la ignorancia de las circunstancias, podría
hacer abstracción de los efectos humanos. Pero en la obra artística no ocurre
lo mismo salvo que sea demasiado evidente la manipulación morbosa. Hay dos
puntos extremos donde la ética y la estética pueden entrar en colisión. Uno
cuando colisiona la obra y las condiciones de su producción. El otro cuando
colisiona la belleza de la obra con su inmoralidad.
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