lunes, 7 de octubre de 2013

LA RECONVERSIÓN DE LA IGLESIA.



El perfil del papa Francisco se torna más enigmático respecto a la acción cuanto más  define su intención. Le urge a hacer esto la conciencia del declive espiritual de la Iglesia y de la enorme dificultad de encontrar su lugar en un mundo secularizado que parece estar de vuelta de los valores y metas que la Iglesia ha avalado históricamente.
Francisco parece suplicar, al estilo de todos los movimientos regeneracionistas enfrentados a un momento de crisis histórica en el que hay que saltar hacia delante o desaparecer, la vuelta a las raíces más profundas, en este caso el mensaje de Jesucristo en toda su pureza, y escuchar la voz de los sin voz. En cierta manera es lo mismo desde una doble perspectiva. Pero la dificultad de purificarse  es extrema porque la Iglesia no se encuentra en un mundo ignorante y ajeno a los valores del corazón, el amor y la renovación interior, sino un mundo ya baqueteado durante siglos por ese discurso, al que en parte ha asimilado y en parte le da la espalda como hacían los Israelitas al bajar Moisés con la tablas. El cristianismo puede alardear, en lo fundamental justamente, de haber insuflado en el mundo la fe en la dignidad humana, el valor de la vida y los derechos humanos, la caridad y el compromiso con los necesitados e incluso la justicia social y la libertad personal. La historia del cristianismo hasta hoy es la del encuentro y desencuentro con la humanidad y con estos valores, con el inconveniente de que muchas de las gentes en principio destinadas a ser objeto de los beneficios del mensaje cristiano han dado la espalda a la Iglesia por traicionar esos valores. La tarea de recuperar el liderazgo espiritual y moral de la humanidad no parte ya desde cero, como en tiempos de Nerón o Vespasiano, sino de menos cero y  parece tan plausible como la de volver a meter la cerveza con toda su espuma en la botella sin perder la fuerza del gas, tal como sugería Kant al comentar un conocido chiste. Aunque parezca un absurdo decirlo en los tiempos de descreimiento que vivimos, la Iglesia podría fallecer de éxito y es posible que el papa Francisco así lo intuya. En realidad no sería un fallecimiento súbito sino el final de una larga agonía cuyo comienzo es muy difícil datar. El hecho es que el mundo se ha repaganizado y Francisco y los más lúcidos pensadores cristianos están cavilando la manera de iniciar su recristianización. El éxito del cristianismo es la inserción de la conciencia humanista y humanitaria en el ADN de la humanidad. Pero  en gran parte por su culpa, al hacer de sierva del poder mundano, y en parte por la presión de quienes  han hecho de la secularización una cruzada contra la religión, la tierra está plagada de hijos del cristianismo que han renegado de su madre  y que  ya ni siquiera conciben formar parte de esa herencia aunque sea para rechazarla. Pero el mayor éxito del cristianismo es lo que motiva su peor cruz, la cruz con la que tiene que cargar actualmente después de mucho tiempo de acomodarse en un mundo hecho a su medida. Me refiero a la íntima vinculación entre su meta final, la salvación de las almas y la anticipación del reino, y el sacrificio por los necesitados y desheredados de la tierra. Sin porfiar en profundidades teológicas y doctrinales no está lejos del espíritu del  “Sermón de la montaña” el entendimiento de la religión como la fuerza que plasma la alianza entre los justos y los desheredados de la tierra. El mundo ha asumido lo que hay de más mundano en ese mensaje y da la espalda a la meta de la salvación de las almas. Dicho groseramente: prefiere la liberación social en nombre del hedonismo y no en nombre de la felicidad eterna. Por eso los diferentes movimientos sociales transformaron la promesa  del reino por el logro de la liberación social. Ahora la Iglesia, con el capital de su autoridad e influencia universal, pero también con el lastre de las ataduras con los poderes de la tierra, tiene que vérselas con un mundo que entiende todo mensaje liberador sólo en los términos de la cuestión social y de los derechos civiles. Un mundo orgulloso de humanizarse pero que sólo quiere ser mundo.
La figura de Jesucristo es demasiado inmensa como para que nadie, ni siquiera la Iglesia, la pueda abarcar. Sólo se le puede seguir por modelos intermedios que ofrecen una interpretación radical. Francisco parece vacilar entre San Francisco de Asís y Savonarola. Entre el reclamo de la conversión a la vida humilde, enriquecida de pobreza y liberada interiormente para abrirse al gozo de lo que ofrece la naturaleza y el mundo, y el impulso de ser, como Savonarola, el azote de los poderosos, de los vicios y de la corrupción social, ardiendo entre los poderes humanos y contra ellos. Hoy la vía de San Francisco de Asís no puede llevarse a cabo sin inmiscuirse en las complejidades de las causas mundanas. Savonarola es la evidencia del peligro de que el exceso de celo y entremetimiento puedan abocar en el fanatismo y hasta aproximarlo al demonio. Pues no otra cosa fue el ejercicio de Savonarola de incendiar libros, arte e incluso objetos de lujo, como si fuera bueno dejar al hombre sin la piel de su cultura e incluso de sus vicios. Francisco parece decantarse por recuperar lo social y relativizar la obsesión moralista a favor de las costumbres tradicionales.  Parece reprochar con justicia la unilateral decantación de la Iglesia a las cuestiones que encantan a los beatos y beatas, a pesar de que estos/as lo hagan con la buena fe de buscar por ahí la salvación del alma. No en vano la Iglesia possecular, incluso la medieval y renacentista, ya desvió el vínculo entre salvación y compromiso con el pobre hacia un nuevo terreno, el de la defensa de la familia y de las sanas costumbres sexuales y del orden social. Pero es difícil encontrar cual pudiera ser la acción que haya de seguir la Iglesia para recuperar el lazo entre salvación y compromiso social, sin convertirse en un movimiento de liberación social político al modo que preconiza la teología de la liberación o por lo contrario en una macroONG, por muy sacrosanta que fuera, como en la práctica está sucediendo. Y ojo que presentando tal semblante la Iglesia recupera cierta credibilidad social, aunque no necesariamente espiritual. Da la impresión de que Francisco está ilusionado en que dentro de la “Iglesia de los pobres” puede transustanciarse el alimento material en confort espiritual. Pero el paso que va del compromiso social de carácter político en compromiso social espiritual no parece fácil de dar ni siquiera de concebir en qué puede consistir, más allá de las proclamas. A no ser que la Iglesia estuviera dispuesta al sacrificio y al martirio cuando tuviera que dar testimonio frente a la injusticia flagrante y a la explosión de la barbarie. La Iglesia perdió la ocasión de dar testimonio en el momento decisivo del Holocausto. No estaba preparada para ello, ni siquiera para planteárselo. Por ello y aunque esto pase desapercibido, la losa que la cubre es demasiado ominosa, no tanto porque desperdiciara una “oportunidad” histórica de ser fiel a su destino, sino porque sólo ella podía llenar el vacío del que quedó expulsada la humanidad del hombre. Si la voluntad de Francisco es prepararla para llenar  el boquete de la capa del  Ozono moral que sobrevuela la atmósfera humana, puede hacer un favor a la humanidad y de paso a ella misma. Pero la historia aclarará si la preparación de Francisco está a la altura de algo tan hercúleo, y si los de dentro y los de fuera lo permitirán.

No hay comentarios:

Publicar un comentario