lunes, 20 de octubre de 2014

COMENTARIO SOBRE "LA BUENA VOLUNTAD"









En su blog, “El salto del Ángel” el Dr. Ángel Gabilondo, catedrático de Metafísica, ex ministro de educación e ilustre intelectual, incluye un apreciable artículo titulado “La buena voluntad” en el que escribe:



“De alguna manera, siempre que se busca el entendimiento se ofrecen dosis de buena voluntad, y esto sucede cuando hay interlocutores que desean sinceramente entenderse. Esa tentativa de diálogo, que tiene en cuenta al otro, que persigue alguna forma de coincidencia, apela a la buena voluntad, a la convicción absoluta de un deseo de consenso. Hasta el punto de que es la condición de posibilidad, incluso del desacuerdo. En la conversación mantenida al respecto entre Gadamer y Derrida, sin perdernos en la valoración que cada uno de ellos nos merece, nos sentimos convocados a un debate que nos da que pensar. Atendamos, por tanto, al asunto. Alguien, que por lo que se menciona a continuación no es preciso citar, señaló que “lo decisivo no es quién lo dijo o cuándo, sino cómo funcionan los enunciados”.
Ahora bien, el quién no es indiferente. No basta con la necesaria justificación. La posición y la disposición que se adoptan son determinantes. La buena voluntad empieza por estimar la palabra ajena, por eludir tener razón a toda costa, lo que conllevaría rastrear los puntos débiles del otro. Por el contrario, se trata de intentar hacerlo tan fuerte como sea posible, de modo que su decir venga a ser más evidente y más consistente. Tanto como para añadir valor a lo que se plantea. En una verdadera conversación se ha de escuchar incluso lo que al interlocutor le hace decir, sin quedar prendido de sus expresiones. Esforzarse por comprenderse mutuamente es tanto como reconocer que la postura es constitutiva asimismo de cuanto se diga. Precisamente por ello, la buena voluntad es imprescindible para la justa comprensión.” (A.Gabilondo. La buena voluntad)
Le he remitido a su blog estas someras impresiones:
Su exposición es muy aleccionadora incluso por lo que advierto que tiene de una concepción moralista del trabajo intelectual, no se moleste y con todo respeto me atrevo a insinuarlo, bastante propia de la posmodernidad o si prefiere del entendimiento de la objetividad como una “fusión de horizontes”. Creo que podemos distinguir tres niveles: la voluntad de encontrar la verdad; la voluntad de pactar, negociar y consensuar, que vale en economía, política y asuntos prácticos mediatizados por lo útil y conveniente; y por último la voluntad de comprender al otro. Como no desconoce por supuesto, la primera, virtud intelectual por excelencia desde Aristóteles y en el fondo para Sócrates; la segunda, virtud política en el sentido más general; la tercera virtud ética, que puede lindar con la empatía psicológica y el trabajo de poner en orden las relaciones humanas y sociales de cada uno. La buena voluntad en el primer caso es el autosometimiento psicológico a la verdad, es decir a la prueba, la demostración y el razonamiento discursivo; en el segundo caso la persecución del bien común, en el tercer caso la búsqueda del bien del prójimo. Quizá el deterioro de las relaciones humanas nos crea la ilusión de que todos los asuntos donde interviene la voluntad dependen del poder de la voluntad y que por tanto este poder ha de ser bueno para ser poderoso, perdone tanto juego de palabras. En todo caso la preocupación socrática con la que sin duda nace la filosofía, o mejor el filosofar, de poner en relación la voluntad de la verdad y la comprensión del otro y de sí mismo, para un quehacer conjunto, enseña la infinitud de este quehacer, poniendo en cuestión, estoy de acuerdo, la fácil tentación de cerrar los asuntos en compartimentos estancos. Pero es un signo de los tiempos que se interprete la enseñanza socrática en la línea de una pionera terapia psicológica en prejuicio de su dimensión intelectual. Por desgracia la filosofía pretende salvarse como “ancilla psicologiae”, lo que no sé si es un buen síntoma, que sin duda Vd. no padece.
Todo sea dicho en honor de su Blog, este sí que es un verdadero Oasis en el que la voluntad de poder parece desvanecerse o cuanto menos tomarse un refrescante descanso.

domingo, 16 de febrero de 2014

CINE SIN EVASIÓN.



“El árbol de la vida” de Terrenc Malick me ha parecido la película más atrevida y desconcertante de nuestro tiempo. Aborda una temática inaudita con un desbordamiento estilístico rayano en la temeridad, alcanzando la perfecta simbiosis característica de una obra consumada. Por la temática, orbita en el universo de los Dreyer, Rossellini y si se me apura Bergman.

jueves, 23 de enero de 2014

ELOGIO CON REGAÑINA A UN PENSADOR COMPROMETIDO



La reciente historia de España otorga a Fernando Savater una relevancia política que seguramente éste nunca hubiera deseado. Nada resulta más incómodo que tener que proclamar lo obvio, cuando esto resulta engorroso, y especialmente temerario. Engorroso pues desdice alguno de los cánones de lo políticamente correcto que avalan una presunta superioridad moral. Temerario, perdón valiente, por razones obvias. Tanto es así que muchos de los que presumen de voz prefieren refugiarse en los tópicos de lo políticamente correcto. La tipología intelectual de Sabater es en apariencia lo más ajeno a la idea al uso del intelectual comprometido, idea ya desde la revolución francesa.

jueves, 9 de enero de 2014

LA FILOSOFÍA DEL PADRE ANGEL.




En un popular programa nocturno de TV el padre Ángel manifestó en una entrevista unas ideas que por lo cándidas e inauditas resultan revolucionarias si bien se repara en ellas, pero es difícil que esto ocurra porque el espectador una vez que  queda cogido por la sorpresa necesita inmediatamente desenredarse y volver a la normalidad de lo ya sabido. El padre Ángel expresó su confianza en la solidaridad de la gente y manifestó a este propósito un par de ideas, sino revolucionarias  sí al menos a completa corriente de lo que estamos inclinados a pensar.

domingo, 5 de enero de 2014

UNA IMPRESIÓN SOBRE LA CODICIA Y EL PODER.



Los poderosos no son codiciosos por ser poderosos, sino porque el poder ofrece la oportunidad de practicar y alimentar la codicia de una forma ventajosa. Lo que impide hacerse codiciosos a los que viven normalmente es que la vida no ofrece oportunidades sin riesgo excesivo o sin poner entredicho las prevenciones morales. El poderoso tiene la oportunidad de desprenderse de esas cautelas morales porque aparentemente no entran en juego, todo lo que hace son cuestión de negocios sin que se hagan visibles las consecuencias humanas. En toda economía a gran escala los poderosos son los que pueden tomar decisiones que afectan globalmente a la población o una gran parte de ellos. No sólo son poderosos los que detentan poder económico, pues estos en cierta manera son un eslabón de la cadena que se conecta a través de un número limitado de decisiones e ilimitado relativamente de circunstancias. La distancia entre la moralidad y la economía se acrecienta conforme la interdependencia de las relaciones económicas pone en juego un prisma de toma de decisiones cada vez más extraño y lejano para quien sufre esas decisiones. Lo inmoral parece circunscrito al uso del engaño y manipulación en los negocios sucios, pero esa es sólo la costra más roñosa. Las grandes decisiones lindan entre la moralidad y la funcionalidad sin que quepa dar con un criterio diferencial. ¿Es inmoral o ineficaz el gobernante o banquero que endeuda al Estado y compromete el bienestar futuro cuando ese endeudamiento carece del sostén del sistema productivo?. El hecho es que el así poderoso sólo decide conforme a criterios económicos, pero es dudoso que al hacerlo no lo haga por ambición o por interés de poder. Normalmente a diferencia del empresario codicioso que busca la ganancia inmediata cualquier coste, el político irresponsable decidirá lo que le permita mejorar su poder político, es decir su capacidad  de influir en las relaciones de poder.
La codicia respeta de la forma más primaria y salvaje el principio elemental de la economía de conseguir el máximo rendimiento con los mínimos medios. El poderoso es codicioso porque tiene la oportunidad de practicar ese principio, incluso más, su circunstancia característica es la de tener que decidir si lo sigue o si prudentemente sigue el principio de economía de una forma civilizada y no salvaje. En lo segundo cuenta el largo plazo y tal vez el autocontrol moral, ingredientes favorables al bien común pero respecto a lo que el sistema carece de potestad. Depende del factor humano.