Si abusivamente tomamos la licencia de
considerar al Haiku y a la filosofía como la quintaesencia de Oriente y
Occidente, o una parte de ellos, respectivamente, la diferencia entre ellos los
separa y a la inversa. El Haiku es un
movimiento contractivo que resume la experiencia de la vida en la mínima imagen
descriptible, trata de llevar esta experiencia a la expresión más densa y
singular tal como se supone puede ser la unidad plenaria de la que emerge el Big Bang. La Filosofía es un Haiku
expansivo que al articularse especulativamente trata de abarcar la totalidad de
la experiencia posible, y de legitimar esa experiencia. Ambos responden a una
intuición originaria, lo que no significa que esta intuición brote de la nada o
de la casualidad. La intuición del Haiku se basa en el sentimiento y en la
confianza en la tradición. La intuición filosófica se apoya en el discurso
racional, dándole alas, y en la desconfianza en la tradición, al menos en las
creencias establecidas. Por muchas vueltas que le demos toda filosofía que
alcance un mínimo vuelo responde a una
intuición inédita, de la misma forma que ocurre con el estilo de un artista.
Por supuesto que la intuición filosófica no es gratuita, brota de la reflexión
y el diálogo con una tradición compleja en la que se inserta y adquiere
sentido. Guarda en ello una inevitable analogía con la intuición psicológica.
Esta aparece como resultado de la actividad de todos los circuitos
cerebrales cuando algo obsesiona a la
mente, actividad tanto más poderosa cuanto más se relaja y descansa la
conciencia. A diferencia de la filosofía, el Haiku no puede concluirse en una
sola fórmula, tiene que haber infinidad de Haikus porque las caras de la vida
son infinitas e inagotables. En este punto se advierte la lejanía entre Oriente
y Occidente. Los Haikus son como los guijarros, que en medio del río fluyente
de la vida permiten atravesarlo y sostenerse sobre el mismo. De entre todos se
eligen los más lisos, firmes y bellos porque no importa transitar de cualquier
manera. El pensar occidental aspira a recoger del río todos los guijarros,
ensamblarlos y modelarlos para construir una gran puente o una gran torre desde
la que estar a cubierto de la corriente. También los Haikus están asociados a
la caducidad y la ingravidez, cosa que expresa el hecho de que la flor del
cerezo sea el símbolo del Japón y el prototipo real de todo Haiku. Pero sería disparatado concluir que Oriente se relame
inexorablemente en el gusto por la negación y la muerte. En el Japón
tradicional al menos la nada, el no-ser, solo se entiende como el complemento
de la experiencia concreta, como la parte de caducidad que la realza y permite
que aparezca lo que es. No olvidemos que tan valiosa como la flor del cerezo es
el cerezo que florece interminablemente. Por muchas vueltas que le demos el
pensamiento oriental no es filosófico. Extrapolamos gratuita
nuestra mentalidad cuando hablamos de Filosofía oriental. Porque la Filosofía es un fenómeno
culturalmente inédito, difícilmente trasladable. Su patria está más en lo por saber
que en lo sabido. Sólo cuenta lo sabido como parte del esfuerzo para alcanzar
lo por saber. Y desde la perspectiva de que lo sabido se ha de someter a lo por
saber, lo sabido nunca se puede dar por definitivamente dado. Igual que lo definitivo está siempre por saber, lo importante queda siempre por hacer. El pensar
oriental se toma a sí mismo como parte del saber que culmina la arquitectura de la vida. Este
saber hay que digerirlo y activarlo, pero nunca cuestionarlo, porque es
intrínseco a la experiencia compartida. Cuestionarlo y criticarlo sería
abandonarse al verdadero vacío, tornarse incapaz para vivir la inmensa paradoja
por la que la vida se plenifica al diluirse. En Occidente tanto la analítica
cartesiana y racionalista como la hermenéutica post fenomenológica coinciden en
preterir la intuición, aunque por razones tal vez opuestas. La primera porque
trata de reducir la intuición a la visión de lo más simple que puede captar la
mente. Es decir la entiende al servicio de la descomposición y recomposición de
la experiencia. La hermenéutica, porque toda intuición estaría conceptualizada
y lingüísticamente reglamentada sería por eso impura y engañosa. Pero este asunto merece mucha más reflexión.
Baste este breve apunte para evidenciar las diferentes formas como se hace
valer la naturaleza intuitiva del pensar humano.
Incorporo apuntes de Filosofía de primero y segundo de Bachillerato a palo seco que sólo tienen sentido como punto de arranque para comentar y dialogar, cosa que intenté en mis clases quizás con algo de voluntad y no mucho acierto. También introduzco comentarios y sugerencias más otoñales que primaverales por si hubiera algo que filosofar. La ilusión declina cuando se pasa del asombro a la perplejidad. Pero tal vez también el pensamiento escriba recto con reglones torcidos.
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