domingo, 26 de abril de 2015

ADMIRACIONES Y ALARDES


Como es bien sabido, no pocas veces la admiración por lo ajeno o lo diferente esconde el resentimiento hacia lo propio. Y eso se nota especialmente cuando esa admiración es desmesurada y se hace alarde a diestro y siniestro. En el caso de la admiración que en algunos suscita la cultura islámica, o más bien en general la civilización islámica, se suele exhibir no tanto los posibles valores de esta religión del libro y del estilo de vida que patrocina, sino las aportaciones de la alta cultura islámica, especialmente la filosofía, la metafísica, la teología, así como sus avances científicos y matemáticos. Se destaca además el ambiente de tolerancia y hasta libertad en que se movió, así como su adelanto en dos siglos a la cultura cristiana occidental. Aquí se cae a veces en la caricatura: de un lado la claridad que envolvería a esta alta cultura y con ello, según se supone, la cultura islámica, de otro el reino de tinieblas y superstición de la edad media cristiana. Pero no es menor la resistencia a examinar las razones de que este avance no llevara consigo la modernización de esta civilización, en contraste llamativo con el camino hacia la modernidad que tomaron las sociedades cristianas, especialmente las occidentales. El asunto es extremadamente complejo, pero sirvan algunas pistas, limitadas, eso sí, al mundo de las ideas.
En primer lugar la alta cultura islámica, nacida al amparo de la cultura bizantina y no a partir del impulso religioso del Islam, constituyó un microclima resguardado en las cimas de la sociedad islámica sin apenas relación con la marcha general de la sociedad y de la cultura vigente. Los poderes gobernantes la ampararon y estimularon como signo de prestigio y grandeza, al igual que el lujo o los harenes. No es de extrañar que cuanto más débil era el poder político más se invocaban estos signos de autoridad que probarían que estos gobernantes serían elegidos de Alá. Tenemos en España el caso de las Taifas. Si bien la ascendencia de los sabios y los filósofos fue notable en las Universidades islámicas, las madrazas, su influencia se refería a la formación personal de las élites gobernantes y religiosas más que a la doctrina y filosofía de vida. A diferencia de ello la alta cultura cristiana creada y canalizada a través de la Iglesia y las Cortes primero y las Universidades después, estuvo en una relación orgánica con el resto de la sociedad y la cultura.
En segundo lugar la filosofía y metafísica islámica fue también un microclima intelectual dentro del conjunto de la cultura islámica, es decir la religión. Como es notorio asumió el modelo platónico-aristotélico de la realidad, que profundizó en parte, pero sin modificarlo en lo fundamental. También ocurrió así con la alta cultura cristiana, pero mientras la filosofía islámica buscó la coexistencia con el credo religioso, la filosofía cristiana busco la fusión con este credo en busca de un paradigma único. Aparentemente la solución islámica es mas moderna, pero no debe entenderse en este sentido de separación entre ciencia y religión. El pensamiento cristiano al tratar de fundir o poner en relación los principios de la fe y de la razón se vio obligado a revisar ambos, abriendo un campo ignoto a la duda y la incertidumbre. El pensamiento musulmán apenas afectó, no ya a los dogmas de la fe, sino al sentido de esta. En el caso más extremo Averroes no pudo ir más allá que a reclamar el derecho de la razón a seguir su camino, dejando inmutable el imperio de la fe en la vida humana y no es de extrañar que, con todo, la influencia de Averrores fuera el occidente cristiano. Por eso mientras el pensamiento filosófico cristiano creó una dinámica que llevaba a modificar la imagen del mundo, del hombre y de Dios, el pensamiento filosófico musulmán apenas influyó en la imagen del universo del hombre y de Dios estipulada por el credo islámico. Así los posibles puntos de fricción carecían de trascendencia al estar el pensamiento islámico intelectualmente encapsulado.
En tercer lugar el pensamiento islámico no se vio apremiado a abordar las contradicciones y tensiones que sufría el pensamiento cristiano al ser centro del mismo el drama de la libertad humana y su relación con la creación y la providencia divina. Para afrontar esto, el pensamiento cristiano se vio obligado a ir más allá del modelo platónico-aristotélico, mientras que el fatalismo que propiciaba el credo coránico invitaba a acomodarse en este modelo. Es así paradójico que mientras la fusión del modelo clásico griego con el cristianismo condujo a la superación del mismo y a la formación de los paradigmas científicos y ético-políticos característicos de la modernidad, la coexistencia de este modelo con el credo islámico condujo al anquilosamiento del pensamiento árabe y al inmovilismo del estilo de vida islámico.
El Islam ha demostrado una extrema flexibilidad y pragmatismo para acoger y encauzar las necesidades constantes de la vida humana compaginando, de forma eficaz y sencilla, materialidad y espiritualidad, pero a costa de muy escasa perfectibilidad interior, pues ya es un modelo de vida perfecto y acabado que el hombre debe obedecer. Aunque en estas condiciones la filosofía, que es el arte del cuestionamiento racional, pudiera florecer ocasionalmente, sólo podía hacerlo como las especies exóticas de un jardín, llamadas a mostrarse en ocasiones excepcionales. Y así cuando falta esta motivación el jardinero puede cansarse. Viene al caso por ello la paradoja de que la alta cultura islámica haya influido más en la cultura occidental cristiana e incluso judía que en en el mismo Islam.
Claro que esta argumentación parte del supuesto de que la modernidad que ha protagonizado Occidente es algo valioso, salvadas las pegas que toda obra humana merece, especialmente porque propone la perfectibilidad de la humanidad, aunque sea fácil equivocarse en el camino. Quien piense que la modernidad es un traspiés o una desviación del estado de perfección en el que siempre podemos estar, tiene motivos para no ver el anquilosamiento de la alta cultura islámica y el alejamiento del Islam de la modernidad como un problema. Siempre queda en todo caso achacar a los otros, es decir a nosotros mismos en algunos casos, la responsabilidad por las dificultades que con estado de perfección o sin él acarrean la marcha de las cosas y de la historia.


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