Los poderosos no son codiciosos por ser
poderosos, sino porque el poder ofrece la oportunidad de practicar y alimentar
la codicia de una forma ventajosa. Lo que impide hacerse codiciosos a los que
viven normalmente es que la vida no ofrece oportunidades sin riesgo excesivo o
sin poner entredicho las prevenciones morales. El poderoso tiene la oportunidad
de desprenderse de esas cautelas morales porque aparentemente no entran en
juego, todo lo que hace son cuestión de negocios sin que se hagan visibles las consecuencias
humanas. En toda economía a gran escala los poderosos son los que pueden tomar
decisiones que afectan globalmente a la población o una gran parte de ellos. No
sólo son poderosos los que detentan poder económico, pues estos en cierta
manera son un eslabón de la cadena que se conecta a través de un número
limitado de decisiones e ilimitado relativamente de circunstancias. La
distancia entre la moralidad y la economía se acrecienta conforme la
interdependencia de las relaciones económicas pone en juego un prisma de toma
de decisiones cada vez más extraño y lejano para quien sufre esas decisiones.
Lo inmoral parece circunscrito al uso del engaño y manipulación en los negocios
sucios, pero esa es sólo la costra más roñosa. Las grandes decisiones lindan
entre la moralidad y la funcionalidad sin que quepa dar con un criterio
diferencial. ¿Es inmoral o ineficaz el gobernante o banquero que endeuda al
Estado y compromete el bienestar futuro cuando ese endeudamiento carece del
sostén del sistema productivo?. El hecho es que el así poderoso sólo decide
conforme a criterios económicos, pero es dudoso que al hacerlo no lo haga por
ambición o por interés de poder. Normalmente a diferencia del empresario
codicioso que busca la ganancia inmediata cualquier coste, el político
irresponsable decidirá lo que le permita mejorar su poder político, es decir su
capacidad de influir en las relaciones
de poder.
La codicia respeta de la forma más primaria y
salvaje el principio elemental de la economía de conseguir el máximo
rendimiento con los mínimos medios. El poderoso es codicioso porque tiene la
oportunidad de practicar ese principio, incluso más, su circunstancia
característica es la de tener que decidir si lo sigue o si prudentemente sigue
el principio de economía de una forma civilizada y no salvaje. En lo segundo
cuenta el largo plazo y tal vez el autocontrol moral, ingredientes favorables
al bien común pero respecto a lo que el sistema carece de potestad. Depende del
factor humano.
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