domingo, 5 de enero de 2014

UNA IMPRESIÓN SOBRE LA CODICIA Y EL PODER.



Los poderosos no son codiciosos por ser poderosos, sino porque el poder ofrece la oportunidad de practicar y alimentar la codicia de una forma ventajosa. Lo que impide hacerse codiciosos a los que viven normalmente es que la vida no ofrece oportunidades sin riesgo excesivo o sin poner entredicho las prevenciones morales. El poderoso tiene la oportunidad de desprenderse de esas cautelas morales porque aparentemente no entran en juego, todo lo que hace son cuestión de negocios sin que se hagan visibles las consecuencias humanas. En toda economía a gran escala los poderosos son los que pueden tomar decisiones que afectan globalmente a la población o una gran parte de ellos. No sólo son poderosos los que detentan poder económico, pues estos en cierta manera son un eslabón de la cadena que se conecta a través de un número limitado de decisiones e ilimitado relativamente de circunstancias. La distancia entre la moralidad y la economía se acrecienta conforme la interdependencia de las relaciones económicas pone en juego un prisma de toma de decisiones cada vez más extraño y lejano para quien sufre esas decisiones. Lo inmoral parece circunscrito al uso del engaño y manipulación en los negocios sucios, pero esa es sólo la costra más roñosa. Las grandes decisiones lindan entre la moralidad y la funcionalidad sin que quepa dar con un criterio diferencial. ¿Es inmoral o ineficaz el gobernante o banquero que endeuda al Estado y compromete el bienestar futuro cuando ese endeudamiento carece del sostén del sistema productivo?. El hecho es que el así poderoso sólo decide conforme a criterios económicos, pero es dudoso que al hacerlo no lo haga por ambición o por interés de poder. Normalmente a diferencia del empresario codicioso que busca la ganancia inmediata cualquier coste, el político irresponsable decidirá lo que le permita mejorar su poder político, es decir su capacidad  de influir en las relaciones de poder.
La codicia respeta de la forma más primaria y salvaje el principio elemental de la economía de conseguir el máximo rendimiento con los mínimos medios. El poderoso es codicioso porque tiene la oportunidad de practicar ese principio, incluso más, su circunstancia característica es la de tener que decidir si lo sigue o si prudentemente sigue el principio de economía de una forma civilizada y no salvaje. En lo segundo cuenta el largo plazo y tal vez el autocontrol moral, ingredientes favorables al bien común pero respecto a lo que el sistema carece de potestad. Depende del factor humano.

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