sábado, 10 de agosto de 2013

LA ACTUALIDAD DE LA FE.



Por poco profunda que sea la fe, es inevitable que se vea asaltada por   la duda, hasta el punto que ambas tienen que  coexistir sin remedio ni solución. Seguramente lo que define al creyente que se atreve a adentrarse en los vericuetos de su verdad y no se limita a reafirmarse en ella porque “así lo necesita”  no es una fe a prueba de bombas, como sólo el fanático o el que se suma rutinariamente a lo creído puede tener, sino una fe condicionada por la parquedad del comprender,  una fe en suma avalada Y excitada por las necesidades del corazón y del sentimiento. San Manuel Bueno, el ego  poético de don Miguel de Unamuno, encontraba consuelo en su labor pastoral y el trato con su gente, pero a costa de sustituir su angustia religiosa por el más allá por la angustia moral de faltar a la coherencia entre lo que hace y lo que siente. En puridad su angustia religiosa no era tal, porque no creía. Pero quería creer y le angustiaba su falta de angustia. Don Manuel al no creer en la vida eterna  y al asumir esta falta de creencia angustiosamente se convertía en un personaje moderno y anacrónico a la vez. Porque el hombre moderno no cree en la vida eterna pero ni se angustia ni se ocupa de no creer. Simplemente no es consciente de lo que significa creer o no creer. Pero los agudos filos de la fe y la duda acucian necesariamente a quien por poco que se descuide tiene que mirar lo que se viene encima. Ahora la tensión entre la fe y la duda no se debate en torno a la salvación del alma y al más allá de esta vida, sino en torno a lo eterno de esta vida. ¿Cabe la fe en nuestros semejantes y en uno mismo?, ¿cabe tener fe en la capacidad del ser humano de no verse sobrepasado por su mismo poder?, ¿cabe  la fe en los motivos de la solidaridad de los seres humanos?. Parece que al menos hoy en día la preocupación por la salvación personal y la inmortalidad del alma sólo tienen sentido en la perspectiva de la salvación colectiva de la humanidad.  Como le ocurría a Don Miguel queremos creer en ello porque necesitamos creer, a pesar de que la razón apenas ofrezca  pruebas endebles y decepcionantes. Pero también hemos aprendido a no tener una fe ciega en la razón, fe que llevó a buena parte de nuestros antepasados a la locura o a la desesperación. Hoy la fe en la humanidad ha de abrirse paso a pesar de las veleidades irracionales de la razón, quizás para poner a la razón en su sitio.
                    

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